Autoestima y autoimagen en personas con discapacidad
Por Ab. María Beatriz Calás
Estimar a una persona es contemplarla con respeto, con consideración, con aprecio. En consecuencia, la autoestima es contemplarse a sí mismo con sentido de dignidad, con respeto. Se define como un conjunto de percepciones, pensamientos y sentimientos reflejados en comportamientos dirigidos hacia nosotros mismos.
Promover la autoestima en una persona es realizar cualquier acción que le ayude a contemplarse con sentido de dignidad y de respeto por sí misma.
¿Cómo se promueve la autoestima en personas con alguna forma de discapacidad?, ¿Cómo se favorece el respeto y el orgullo de sí mismas cuando la sociedad prima la velocidad, la productividad, la autosuficiencia, la eficacia y las habilidades para comunicarse?
Veremos que la autoestima comienza por aceptar quiénes somos, lo que implica la aceptación de la propia limitación. Esa aceptación aumentará la utilización y el desarrollo de las propias capacidades y habilidades, y fomentará la defensa y promoción de los propios derechos y necesidades, ante una sociedad que desconoce un mejor modo de obrar. Es importante mencionar que la autoestima se construye por el mismo individuo, pero si el ambiente que le rodea, el más cercano a él, es cálido y respetuoso, la construcción y fortalecimiento de la autoestima se incrementará.
El proceso de ensayo y error, y de aprender a partir de las equivocaciones de uno mismo es común tanto para los niños con discapacidad como para cualquier otro niño. Lo único diferente es el punto de partida.
2- Construcción de la autoimagen
Es sabido que el niño llega a este mundo sin experiencias de comportamiento y no tiene una escala de comparación que le sirva para valerse por sí mismo, por lo que depende de las experiencias que adquiere de las personas y el ambiente que le rodean, de los mensajes que ellos comunican respecto a su valor como persona. Durante los primeros años de vida, la autoevaluación del niño se forma en el seno familiar, pero a medida que va creciendo, se ve influenciado por otras personas fuera del entorno familiar, las que tienden a reforzar los sentimientos de valor que se aprendieron en el hogar.
Si el niño tiene autoestima positiva puede sobrevivir a muchos fracasos entre sus semejantes, pero si cuenta con una pobre autoevaluación, aunque tenga experiencias exitosas, seguirá sintiendo una constante respecto a su propio valor como persona. Es así, como un niño o niña que ha sido definido y tratado constantemente de cierta forma, probablemente va a adquirir una autoimagen coherente con ello. Cuando a un niño se le dice continuamente que es tímido se le comienza a situar en esa posición, ya que no solo se le atribuye dicho calificativo verbalmente, sino que se le acompaña de actitudes que refuerzan ese mensaje. Por ejemplo, si creemos que Matías “es tímido” posiblemente hablemos por él frente a ciertas situaciones, fomentando de esta manera la timidez, favoreciendo en el niño la construcción de una imagen de sí mismo en función de la idea que “es tímido”.
De esta forma, la autoimagen y la autoestima son producto de la interacción entre lo que somos, cómo nos vemos, cómo nos ven los demás y cómo vemos que nos ven los demás, siendo conceptos dinámicos y permutables a lo largo de la vida.
3- Autoimagen del niño con algún tipo de discapacidad
¿Qué ocurre con la autoimagen de un niño con algún tipo de discapacidad?
Básicamente lo mismo que respecto de todos los niños. La diferencia radica en las dificultades que el entorno comienza a plantear al definir a ese niño o niña, cómo lo perciben los otros y cómo actúan en función de esa visión, determinando cómo éste se ve a sí mismo. Por eso es importante que quienes rodean a un niño/a con alguna forma de discapacidad, lo vean y definan más allá de su discapacidad.
El niño no es el brazo que le falta, sino mucho más que eso, es Mateo, un niño que juega, ríe, canta, baila, es tierno, le gustan las matemáticas, pelea con su hermano, y además… le falta un brazo.
En este contexto, la autoestima que tiene un niño o niña que presenta alguna discapacidad se va construyendo con la ayuda de quienes lo rodean, siendo fundamental que su entorno promueva en él el sentido de dignidad y respeto por sí mismo.
Para ello, en primer lugar, cabe considerar que la aceptación de uno mismo es uno de los principales aspectos que favorecen una buena autoestima. Junto con la aceptación de la existencia de la discapacidad, se puede comenzar a fomentar y desarrollar las habilidades y capacidades del niño/a, en tanto se entiende que la discapacidad no discapacita en su totalidad a quien la tenga. En función de ello, nunca hay que perder de vista que el hecho de que un niño presente una discapacidad no lo hace un “discapacitado”. Es necesario tener en cuenta el lenguaje que utilizamos, puesto que existe una notable diferencia al hablar del “niño que presenta una discapacidad” en contraposición a hablar del “discapacitado”, en tanto esta última no sólo tiene una evidente connotación negativa, sino que también en su misma definición discapacita a quien hace referencia. Por el contrario, al hablar de la “persona con discapacidad” anteponemos al adjetivo la integridad del sujeto, otorgándole a este último mayor importancia, y entendiendo a la discapacidad como un atributo y no como la persona misma.
Considerando lo anterior, el rol que desempeña la familia es trascendental, en tanto existe una alta correlación entre la aceptación que tiene la familia y la que presenta un niño/a en relación a su discapacidad.
Es por ello que numerosos profesionales de la salud, plantean que es fundamental el reconocimiento de las cualidades de los niños, lo que permite desarrollar en ellos el sentimiento de competencia, en tanto se pasa de “lo que no podré hacer” producto de la discapacidad a lo que “si podré hacer”. El desarrollo de este sentimiento de competencia conlleva la adquisición de un mayor sentido de independencia, promoviendo el orgullo y la autoestima. Para ello es necesario que el niño se sienta exigido en ciertos aspectos, sobre todo en los que puede realizar sin ayuda de sus padres. Evitar entregarle todo fácilmente o hacer las cosas por él, es una buena manera para que exista una motivación por esforzarse a realizar ciertas conductas, siempre teniendo consideración de que la exigencia debe ser razonable y guiada por el buen criterio de los padres.
Rebeca Alicia Ambrocio Ochoa
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